A todos nos contaron la historia de Adán y
Eva. Vivían en un lugar perfecto, donde nada faltaba y donde se era feliz sin
esfuerzo. Cada día agradecían al señor y hacían una alabanza “Aleluya, alabado
sea Dios por este paraíso”.
Pero por desobedecer una ley nos expulsaron del paraíso, aunque yo creo que fue
mucho peor que eso, no nos expulsaron, sino que nos dejaron en el paraíso pero
ciegos. Nos quitaron la capacidad de ver el paraíso en el que vivimos.
Si uno pudiera abrir los ojos y ver, ver lo que nos rodea, los milagros
cotidianos, la belleza, el milagro del amor, de la amistad.
Si pudiéramos ver la magia de cada día, los amaneceres y los atardeceres, el poder
de la naturaleza. Si pudiéramos ser conscientes de la vida que siempre se abre
paso. Si entendiéramos que existir ya es estar en ese paraíso diríamos todos
los días “Aleluya”.
Aleluya por poder ser testigos y parte de este milagro. Aleluya por tener la
capacidad de emocionarnos. Por ser los únicos seres capaces de reír y de
llorar.
Pasamos toda nuestra vida intentando regresar al paraíso cuando en realidad
vivimos en él. Solo hay que abrir los ojos, despertar y verlo. No solo estamos
en el paraíso, sino que somos el paraíso.
Aleluya, alabado sea Dios, la vida, la energía o lo que tu creas. Aleluya por
eso. Aleluya por el amor, por la alegría y por el dolor. Aleluya por los
amigos, hermanos, padres, madres, hijos, aleluya.
Aleluya por ese paraíso en el que vivimos y por el que vale la pena
sacrificarse.